
a la luz en el obrar de gabriela giusti
la nave










el resplandor interno
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En la pintura de Gabriela suele vibrar después de algunos instantes de contemplación, un silencio. Es inusual, en esta época de imágenes que gritan. Una pintura que no parte de la imagen sino de la percepción interna que incluye, desde luego, a las formas, que son asimismo los signos activos, los signos del alma. Destaca matéricamente su uso de los tonos, su corporización pulsátil, fruto de (ya) una vida de observación. Aprecio de las formas en tanto encarnan la vida misma, allí en el límite mismo con lo imprevisto, indecible. A la vez: pintura que no pone tanto el ojo en las formas sino, más bien, en sus suscitaciones afectivas. Los elementos naturales, especialmente del reino vegetal, son materia predilecta para Gabriela, cuyo tacto los hace aflorar, en realidad como quien acerca hasta el ojo (enceguecido por las imágenes y sus mil persuasiones distractivas) la dimensión silenciosa. Por ello Gabriela también es poeta: por la larga escucha que, me consta, suele anteceder y siempre acompaña el desarrollo, veloz o dilatado, de cada una de sus pinturas. Se trate de obras en formato pequeño (generalmente acuarela sobre papel) como de otras de mayor porte (generalmente acuarela sobre tela), activan el resplandor interno. Cuántas veces la he visto, quieta durante horas, con un libro subrayado en las manos, cavilando en su taller, rodeada de sus herramientas, preparándose, esperando la llegada del tono preciso, del contacto necesario. Gabriela vive esa espera, a veces angustiosa, a veces canceriana, como algo más que una incubación de próximas composiciones. Creo percibir, en esa espera suya, la evidencia de su constante vinculo con la pintura en tanto forma de percibir y aportar. Por eso nunca la he visto preocupada por la consagración de un estilo pictórico. Por el contrario, es el borramiento de cualquier interferencia entre la mano y el ojo lo que quizá constituya el trasfondo de la experiencia espiritual de esta artista cuya obra se presenta tan grave como ingrávida.
reynaldo jiménez